
Miguel Hernández representa las aspiraciones de un hombre en la paz y la tolerancia. Muerto de tuberculosis en una prisión franquista de Alicante el 28 de marzo de 1939, el poeta es sin duda uno de los más acabados poetas de la época republicana española.
No es exageración decir que, con Miguel Hernández se cumple una vida dedicada a la poesía y un ejemplo claro de convicciones llevadas a la práctica. Poeta reconocido, el poeta de las trincheras republicanas, no dudo ni un segundo en enrolarse a las filas republicanas ante el peligro fascista que representaba el franquismo para España y Europa. Quizá la dictadura acabó con su cuerpo físico y su canto libre, pero lo que el franquismo no tomó en cuenta, es que su canto tiene largo aliento y nos sigue diciendo verdades, emociones y sentimientos a 75 años de su partida física.
Aqui un poema de Miguel Hernández, justo para ellos, para los cobardes franquistas que mutilaron vidas y dejaron en la sombras a millones de españoles por 36 años de dictadura.
LOS COBARDES
Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
Estos hombres, estas liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.
¿Dónde iréis que no vayáis
a la muerte, liebres pálidas,
podencos de poca fe
y de demasiadas patas?
¿No os avergüenza mirar
en tanto lugar de España
a tanta mujer serena
bajo tantas amenazas?
Un tiro por cada diente
vuestra existencia reclama,
cobardes de piel cobarde
y de corazón de caña.
Tembláis como poseídos
de todo un siglo de escarcha
y vais del sol a la sombra
llenos de desconfianza.
Halláis los sótanos poco
defendidos por las casas.
Vuestro miedo exige al mundo
batallones de murallas,
barreras de plomo a orillas
de precipicios y zanjas
para vuestra pobre vida,
mezquina de sangre y ansias.
No os basta estar defendidos
por lluvias de sangre hidalga,
que no cesa de caer,
generosamente cálida,
un día tras otro día
a la gleba castellana.
No sentís el llamamiento
de las vidas derramadas.
Para salvar vuestra piel
las madrigueras no os bastan,
no os bastan los agujeros,
ni los retretes, ni nada.
Huís y huís, dando al pueblo,
mientras bebéis la distancia,
motivos para mataros
por las corridas espaldas.
Solos se quedan los hombres
al calor de las batallas,
y vosotros, lejos de ellas,
queréis ocultar la infamia,
pero el color de cobardes
no se os irá de la cara.
Ocupad los tristes puestos
de la triste telaraña.
Sustituid a la escoba,
y barred con vuestras nalgas
la mierda que vais dejando
donde colocáis la planta.