Mi muy estimada señorita. Le parecerá extraño recibir esta correspondencia, más cuando sepa del que suscribe. Los días se han llenado de nubes, pero esto no es novedad, pronto llegara julio, usted sabe. Pero no es eso a lo que me quiero referir. Estos días he tenido la necesidad de escribir estas líneas. Parece que usted entro en mi mente sin darme cuenta, no es extraño, así ocurre espero, con las grandes historias. Pero, ¿Quién era usted señorita? Recurso que dije, “vaya, otra niña sin chiste, nada agraciada”, error de apreciación creo yo.
Algunas veces me he dicho “no pasa nada, es pasajero”, pero debo reconocer señorita, que hace poco la he redescubierto. Entiendo que está pasando por momentos difíciles. No es nada fácil enfrentarse a una realidad tan complicada, menos aún con ese empecinamiento suyo. He visto su figura caída, desganada, trato de entender esa mirada perdida suya. Tiene, disculpe, unos ojos de gato perdido sin saber bajo que tejado guarecerse de la lluvia que arrecia mientras avanza la noche.
Recuerdo ese día señorita, no hace mucho. Usted tratando de ocultar sus tristezas señorita, yo buscando por todos lados un mástil al cual atarme, o por lo menos, intentar tener la ilusión de ello. No me malinterprete, no pretendo que usted sea mi salida del infierno, esa responsabilidad es absolutamente mía y no intento arrastrarla, suficiente tiene con sus demonios. No. Solo que en ese pase de revista de 360 grados la encontré señorita. Hacía días que sabía de su mal, pero por no perder la costumbre, no he tenido el valor de acercarme, de tenderle una mano, creo no es mi estilo, lo lamento sinceramente.
Imagínate -¿te puedo tutear? Espero que si-, estabas desgarbada, siempre tan comprometida, tan aguerrida tú, y de pronto te descubro frágil, inmersa en esa vorágine propia de tu edad. No sé qué fue en realidad. No sé si fue justo esa fragilidad o el halo de desesperanza que me hizo empatarme a ti. Te reconocí –soy un idealista lo sé-, justo como la Avellaneda de Benedetti, pero no como Laura, sino como Martin; de cristal delicado, hecha de ese sencillo coraje de Santomé.
Agárrenme que me voy, que me dejo ir, lo gritabas en silencio. Y de nuevo esos ojos enormes de tanta tristeza. Debo reconocer que me tienen intrigado. ¿Qué piensas? ¿Por qué sufrirlo como un estoico antiguo? ¿Qué te tiene tan ensimismada sin darte cuenta que estoy aquí? Intento descifrarlo, pero estoy convencido que nunca llegare a puesto seguro si me voy por ese camino. No quiero ser el consejero de un paciente enfermo de tanta tristeza, menos el padre que dicta el andar de su hija. Me reniego a ello. Lo mío va más allá. Te quiero a ti, con tu coraje y tus tristezas, tu pelo caído de medusa sobre tus hombros flacos, me encanta ese suéter amarillento, desgastado, prendido de un hilo tan horrendo a los ojos de los demás. Te quiero, es poco pero es lo que tengo, por ahora.
No pretendo ser inoportuno, no me malentiendas. Sé que lo que menos necesitas es a este servidor llegando con su carreta de defectos e inconsistencias. No pretendo ser el que te ate a un mundo que no deseas, que nunca deseaste, pero que llegaste creo, sin darte cuenta. Ahora la bola esta en tu terreno, intentare ser estoico tan como lo haces tú. No diré nada, esperare tu resolución y ver si queda algo de lo que eras para este servidor.
Ahora he acabado. Termine desnudo ante tus ojos negros y tu tristeza tan ruidosa. No espero respuesta pronta. La vida me ha hecho paciente al punto de la intolerancia. Solo espero que te recuperes, que uses tu coraje característico para salir del minotauro, donde te enfrentaras con tus demonios y tus pasiones más bajas, indecibles. Recuerda una cosa; La intolerancia termina cuando estás dispuesto a ser intolerante ante ella. Me quedo con un te quiero tímido, callado, susurrado apenas al oído…
Adelante… saludos fraternos…