Asamblea del CGH, FES Acatlán / Foto: Internet |
La Universidad de México es sin duda un termómetro social importante a
tomar en cuenta al momento de diagnóstico del país. Con los recientes ataques
por parte de grupos porriles a estudiantes en la sede de Rectoría, la Máxima
Casa de Estudios del país ha despertado y tiene cosas qué decir.
En 1968, el icónico año del
despertar democrático de México, fue justamente un conflicto estudiantil el que
detonó el movimiento que, a la postre, desembocaría en la matanza de Tlatelolco
y sus repercusiones en el plano social y político de México. La huelga del CEU
en 1987 cuestionaría la imposición de cuotas por parte del rector Jorge Carpizo
y sería el preludio de la ruptura al interior del PRI y la corriente
democracia, que en 1989 se convertirá en el PRD.
La Huelga del CGH de 1999-2000 luchaba de nuevo, contra la imposición
de cuotas y el intento privatizador de la UNAM, y contra la ya anquilosada
burocrática tecnócrata asentada en el gobierno del país desde inicios de los
años ochenta.
En el año 2012, ante la imposición
de Peña Nieto por parte de los medios de comunicación masiva, fueron los
estudiantes del #YoSoy132 los que
alzaron la voz y, aunque originalmente el movimiento empezó en la Universidad
Iberoamericana, después del primer impulso, la UNAM fue el centro aglutinador
del movimiento estudiantil.
En 2018, año de elección
presidencial, la Universidad estaba "callada", aparentando que no
pasaba nada dentro de ella. No hubo la "situación" o la coyuntura que
dinamitara el ánimo social de los universitarios. Todo parecía en consonancia
con la transición de terciopelo del nuevo gobierno, que la UNAM aceptaba sin
más, el rumbo del país.
Nada más alejado de la realidad. La
UNAM en su carácter nacional, concentra a múltiples voces; de centro,
izquierda, derecha, ultra derecha y la llamada ultra o radical.
Lo ocurrido el lunes 3 de
septiembre de 2018 fue, en los hechos, el gatillo detonador de los
universitarios. El conflicto en la UNAM siempre ha existido y, en buena hora,
siempre existirá. De manera espontánea y creativa, estudiantes de facultades
tan disímiles como Derecho, Filosofía y Letras o Contaduría, decidieron parar
sus escuelas para reclamar seguridad y el fin del porrismo dentro de la UNAM.
Agresión porril el 3 de septiembre en la UNAM/Foto: Redes Sociales |
¿Quién gana del conflicto?
El control burocrático de la Universidad
siempre ha sido el coto de poder de distintos grupos al interior de la
universidad. Antes fueron los abogados y hoy, desde Francisco Barnes de Castro,
el poder político lo tienen los médicos. Una característica común a todos ellos
ha sido su capacidad de acomodo y servilismo con el poder nacional en turno.
Históricamente con el PRI, después con el PAN y hoy regresando a sus orígenes
priístas negociando y siendo partícipes del peñanietismo.
Desde el 1 de julio, el viejo mapa
político y del sistema de partidos fue pulverizado por una insurrección de
votos que decía ¡basta!, dando la
ocasión a una nueva reconfiguración del espectro político nacional, y
permitiendo la llegada al aparato de Estado a Andrés Manuel López Obrador y
convirtiendo a MORENA en el partido hegemónico naciente.
El conflicto en la UNAM, es un
conflicto de cúpulas. El PRI al perder el control estatal, debe reacomodarse en
los espacios de control que aún conserva. Este es el caso de la Universidad.
Las mafias enquistadas al interior de la universidad, debes disputar su dominio
contra mafias como la de Atlacomulco o el grupo Hidalgo. El conflicto de élites
es evidente.
A la pregunta de quién gana con el
conflicto dentro de la UNAM, hay dos respuestas válidas.
Los estudiantes. Los momentos coyunturales permiten ser el punto de
encuentro de las voces disidentes y articularlas en beneficio de estos. En este
caso, está insurrección estudiantil, debería servir para abrir y avanzar en el
debate, siempre postergado, de la democratización de la Universidad. Desde la Reforma de Córdoba en 29, el movimiento
estudiantil siempre ha cuestionado la estructura feudal con que se maneja el
aparato de gobierno universitario.
En el caso de la UNAM, es la Junta
de Gobierno, y no el Consejo Universitario, la que decide sobre la universidad.
Una Junta de Gobierno que la inmensa mayoría de estudiantes, académicos,
investigadores y trabajadores universitarios no eligió. Y que responde en los
hechos, a la correlación de fuerzas al interior del grupo hegemónico de la
universidad.
Este momento debe servir para dos
objetivos fundamentales: echar abajo la
Ley Orgánica de la UNAM, así como la antidemocrática Junta de Gobierno y, construir una poderosa Federación
Universitaria que tenga vida orgánica e interlocución real con las
autoridades legales de la UNAM y el gobierno federal, tal como ocurre en otros
países del mundo.
La burocracia de la UNAM. Como buenos priistas, la
burocracia que gobierna la UNAM ya ha negociado su gobernanza en la
institución. El episodio del 3 de septiembre afuera de Rectoría no es un
episodio aislado. Es parte de una vieja costumbre para dinamitar la
Universidad. El porrismo históricamente ha servido para domesticar, intimidad y
desaparecer el movimiento estudiantil disidente al interior de la Máxima Casa
de Estudios. En este caso, sirvió para depurar a elemento sacrificables o no
afines al grupo compacto de Rectoría. La destitución casi inmediata de la directora
de CCH Azcapotzalco María Guadalupe Márquez y las negociaciones para destituir
al director de CCH Oriente Víctor Efraín Peralta (conocido dentro del plantel
por su autoritarismo y uso de grupos de choque), son ejemplo de ello.
Hoy, a poco más de 60 días del
gobierno formal de AMLO, pareciera que la burocracia PUMA a logrado su objetivo:
permanecer con el control de la UNAM. El tiempo dirá si López Obrador se lanza
a democratizar la UNAM o comete el error de gobiernos progresistas
latinoamericanos de la década pasada, esto es, dejar intocadas las estructuras
burocráticas de sus respectivos países. El caso más paradigmático es el
venezolano. Desde la intentona golpista del 11 de abril de 2002, la Universidad
Central de Venezuela -penetrada por ONG´s norteamericanas, la USAID, la
Fundación Nacional para la Democracia, etc.-, se ha caracterizado por estar a
la vanguardia de los ataques mediáticos y desestabilización política contra el
gobierno de Hugo Chávez, y ahora, de Nicolás Maduro.
Comunidad universitaria protestando contra el porrismo en Rectoría. 5 de septiembre 2018 / Foto: Redes sociales |
El fantasma de 99
A 20 años del estallido de la más
larga huelga de la UNAM, su fantasma sigue recorriendo los pasillos de la
Universidad.
Mas allá del discurso triunfalista
de sus participantes y los replicadores acríticos que han pululado estos largos
años, es un hecho claro que los vicios dejados por la huelga del CGH han sido
un cáncer de desmovilización y apolitización al interior de la UNAM[i].
Hace seis años, el movimiento #YoSoy132 irrumpió en el escenario
nacional cuestionando la campaña electoral abiertamente desigual en favor del
candidato del PRI Enrique Peña Nieto, y no solo, también cuestionando de fondo
la estructura política y de representación política del país.
Después del icónico Martes Negro[ii]
de Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana, los jóvenes, de manera
espontanea fueron tomando protagonismo en la escena nacional. Todo fue claro y
consecuente, hasta que los estudiantes entraron a la UNAM. Ésta estaba llena de
activistas, organizaciones marginales y grupos políticos “profesionales” de la
protesta, verdaderas estructuras anquilosadas y caducas.
De este modo, con cada
Interuniversitaria el foco fue cambiando, de la democratización de las
elecciones, a un sinfín de demandas “históricas” del movimiento estudiantil. El
resultado, un movimiento que se cosificaba en sus propios jugos, replicando el
verticalismo, la desconfianza a los voceros perse,
las asambleas cegeacheras[iii]
kilométricas y la figura de la Asamblea como única forma posible y legitima del
movimiento estudiantil.
El fantasma de la Huelga del CGH
persiste en los pasillos del campus. La colonización de las tesis posmodernas
dentro del campo de la izquierda no deja de aparecer aquí y allá. La idea de
que la política por si misma es mala, de que no hay organización democrática
posible frente a los avances del Estado; la idea peregrina de que el
asambleísmo puede ser el único modo de organización estudiantil, que garantiza
la participación masiva y democrática de todo el estudiantado, ha propiciado
los últimos 20 años, la desmovilización y el vacunarse de la política.
Son 20 años de una huelga que ha
dejado más un saldo negativo, que positivo. Una huelga que llevó a la UNAM a la
pregunta seria de su viabilidad, y de la que las lecciones políticas siguen
esperando a jóvenes y estudiosos desbrozados de este lenguaje mistificador de
una huelga que, fríamente, en los primeros tres meses era un movimiento de
masas, pero que progresivamente su dirigencia real, el CGH, fue cometiendo
torpezas políticas que llevaron al descredito y la desmovilización de los
estudiantes y la antipatía de la sociedad mexicana, a la cual se debe.
[i] Un
estudio completísimo sobre estos vicios lo podemos leer en el libro Los movimientos estudiantiles en la UNAM,
de Miguel Sánchez Lora.
[iii]
Ver el libro de Ismael Hernández, El
estudiantado sin cabeza.