Que grosero

Que grosero

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Que grosero que bruto y que grosero
Te perdono porque sé que eres un
Pobre pordiosero.
Las Ultrasónicas

Adam Lambert
He descubierto cierto agrado hacia la palabra grosero. Con el tiempo me fui acostumbrando a que me lo repitieran día con día y en sendas ocasiones. No había reparado en ese fenómeno maravilloso. Grosero tiene sonoridad y ritmo. Al verbalizarlo aparece un ogro hosco y eclipsado que destruye cierta razón. Dicho con cariño hasta suena tierno “aaay, grosero… groserito” propio de los enamorados. Pero ese grosero, menor, es falto de la intención original. Según la Real Academia de la Lengua, Grosero se refiere a 1; basto, ordinario y sin arte, y 2; descortés, que no observa decoro ni urbanidad. Esta segunda acepción es la más importante y grandiosa.  
Cuando realizamos una acción o vertimos una opinión que pudiera caer, según el receptor, en una actitud “descortés, falto de decoro y urbanidad” (sic), se despierta en él o ella una fuerza superior, que la mayoría de la veces tiene que ser expulsada con cierto coraje y desdén, a riesgo de no hacerlo y  sufrir de males gástricos y noches sin dormir. La sangre le sube a la cara, las pupilas dilatadas, el ceño fruncido y una expresión de desprecio son la reacción natural ante tal acto, subjetivamente juzgado,  de obscenidad. El grosero se reduce al foco de atención del necesario desquite del ofendido. Poco importa si este tenía razón o no, el ofendido tiene dos opciones; pasar de largo y omitir la ofensa, pensando en una normalidad poco vulnerada ó, dejarse llevar por sus bajas pasiones y despotricar, ya sea verbal o física contra el causante del malestar.

Y he aquí el meollo del asunto. Situémonos en una conversación hipotética entre dos personajes imaginarios, lleguemos al punto crítico de la misma, el momento de inflexión de ira y bochorno. El grosero falto de conciencia de su grosería, mantiene templanza y decoro a lo largo de la conversación. Si este es reincidente en sus groserías, el emisor se transforma justo como lo describimos poco más poco menos. Libre de cualquier prejuicio, el grosero sigue con su argumentación, llega un punto intolerable para el receptor, que con justeza emite sonidos animales, gesticula oníricamente, balancea las manos con rapidez y poca destreza por el aire, acto seguido concentra argumentos inconexos contra el “agresor” y emite el juicio sumario en una palabra; Grosero. Este puede ser precedido de un artículo tímido, “que grosero” o de un adjetivo calificativo más contundente, “pinche grosero”.

Rotos los canales lógicos de comunicación, el que enjuicia se despide del acusado con poca amabilidad. El sentenciado quedara pasmado sin saber qué fue lo que paso, dónde estuvo el error o qué fue lo que dijo para despertar la iracunda ira del ya ausente. Caminara en automático a su casa, se recostara en la sala o en la cama y la duda no lo dejara dormir o recobrar la tranquilidad.


Poco podrá hacer para recuperar el honor perdido…

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